Alcohol y cerebro, ¿qué relación existe?
Las alteraciones de la conducta
El alcohol es una sustancia depresora del Sistema Nervioso Central (SNC), es decir, posee la capacidad de bloquear sus funciones.
Las alteraciones conductuales y cerebrales manifestadas están influidas por otros factores como son la cantidad de alcohol ingerido, la complexión física, la presencia o no de alimentos en el estómago o las experiencias previas de consumo.
Las alteraciones no solo se producen a nivel cerebral y comportamental sino que también se ven alterados el sistema circulatorio, el aparato reproductor o el aparato digestivo, entre otros.
Entre las funciones que se ven afectadas, está el control emocional, por lo que al inicio de la ingesta se producen sensaciones de euforia, afabilidad, verborrea, desinhibición etc. Con cantidades más elevadas, se pueden llegar producir comportamientos depresivos o agresivos.
El aumento de la impulsividad se produce porque no funcionan las funciones inhibidoras del comportamiento, debido a que están bloqueadas por los componentes del alcohol.
Además, el SNC sufre la alteración de los niveles de neurotransmisores del organismo.
La ingesta elevada produce un aumento de la dopamina, responsable de la sensación de euforia lo que conlleva una disminución de la ansiedad, al menos al inicio y existe una disminución de los reflejos y del nivel de alerta.
Respecto al procesamiento de la información, se producen dificultades en los procesos de codificación y recuperación de la información, por lo que aparecen lagunas de memoria, problemas de concentración, dificultad para organizar información, planear y ejecutar acciones, etc.
Si la cantidad de alcohol ingerida es elevada se producen también alteraciones a nivel motor y aparece la descoordinación y la inestabilidad. En cambio, si la ingesta es prolongada en el tiempo, se adquiere tolerancia lo que significa una necesidad de aumentar la dosis para notar los mismos efectos que antes se conseguían con menor cantidad.
El síndrome de abstinencia en el alcohol, como en otras drogas, produce los efectos contrarios a la intoxicación. Es decir, nerviosismo, temblor, inquietud, hiperactividad, insomnio, ansiedad y en casos de abuso prolongado pueden aparecer algunos tipos alucinaciones o la Encefalopatía de Wernicke- Korsakoff.
Como conclusión, se puede afirmar que tomar alcohol de manera esporádica y controlada no es perjudicial para el organismo pero el abuso, aunque sea solo en momentos de ocio, es nocivo y puede derivar en problemas más graves.
De este modo, si aparecen dudas sobre si el consumo que se hace es excesivo o se reciben recomendaciones de gente del entorno sobre cambios de comportamientos durante y tras la ingesta, es conveniente acudir a un profesional de la psicología que nos ayude a solucionar el problema.